¿Vuelven las nucleares?, Revista El Ecologista nº 42,
Francisco Castejón, Ecologistas en Acción

Se reabre el debate sobre esta energía

Al calor del aumento de precio del petróleo y de la lucha contra el cambio climático se está produciendo una reapertura del debate nuclear. Son los defensores de esta fuente de energía los principales interesados en abrirlo, puesto que salvo algunas excepciones, la energía nuclear está en franco retroceso en el mundo. Sin embargo, la presión ejercida puede ayudar a un cierto crecimiento de esta problemática energía.

El único país europeo que posee una central en construcción es Finlandia cuyo parlamento acaba de autorizar la quinta planta del país. En Francia se ha decidido lanzar los reactores de Cuarta Generación con el fin de tener tecnología disponible para construir nuevas centrales en el futuro, dentro y fuera sus fronteras. Las mayores perspectivas de crecimiento nuclear se encuentran ahora en China, que está experimentando un fuerte crecimiento del consumo de energía y echa mano de cualquier fuente para suplirlo. En EE UU, España y el resto de Europa no es de prever que se produzca a corto plazo un relanzamiento de la energía nuclear puesto que existen otros nichos de inversión más ventajosos y seguros para las empresas eléctricas.

Los combustibles fósiles, petróleo y sus derivados, gas natural y carbón, son la principal fuente de energía en la civilización occidental. En particular, el transporte por carretera, la aviación y el transporte marítimo se basan en su totalidad en el consumo de estos combustibles. El uso masivo de combustibles fósiles está impulsando el cambio climático. Por otro lado, los combustibles fósiles presentan el problema de su agotamiento en un plazo de décadas. Según se acerque el fin del petróleo asistiremos a una disminución de su producción y, por tanto, a un aumento de su precio con los consiguientes efectos sobre la economía, especialmente de aquellos países fuertemente dependientes de las importaciones.

Los pronucleares presionan

En este contexto vuelven a aparecer voces que proponen el relanzamiento de la energía nuclear, después del parón sufrido por ésta tras el accidente de Chernobil (Ucrania) en 1986. Voces de políticos de partidos de derechas y de empresas como BP han venido proponiendo desde el año 2000 el relanzamiento de la energía nuclear como solución a los problemas que ocasiona el uso de combustibles fósiles.

Pero el verano de 2004 nos sorprendió con las afirmaciones de James Lovelock, el autor de la hipótesis Gaia, que proponía el desarrollo de la energía nuclear como única solución al problema del cambio climático. Si bien Lovelock no forma parte del movimiento ecologista y no participa en sus debates y desarrollos teóricos, no se le puede negar cierto predicamento en el mundillo ambientalista y sus declaraciones han tenido un fuerte impacto público.

Más recientemente, a finales de noviembre de 2004, un grupo de 22 grandes empresas eléctricas europeas, entre las que estaba Iberdrola, piden al ejecutivo comunitario de Bruselas que la electricidad de origen atómico sea “un elemento central de la futura estrategia energética”.

Hay que reconocer que se hace preciso un serio replanteamiento del modelo energético actual. Se hace necesaria la búsqueda de fuentes de energía que permitan un bienestar sostenible y generalizable. ¿Cabe esperar que la energía nuclear juegue algún papel en ese modelo futuro? Sus defensores apuestan por un mundo que se base en el consumo de nuclear y renovables.

Desafíos de la energía nuclear

Para poder tener una aportación no despreciable en el futuro, la energía nuclear de fisión debería resolver los graves problemas que conlleva su uso. Hasta que no se encuentren las soluciones, estaremos hablando de cambiar unos impactos ambientales por otros, quizá más graves.

Uno de los inconvenientes de la energía nuclear, la inseguridad, se ha puesto de manifiesto por los graves accidentes acaecidos en plantas nucleares, como el de Harrisburg (EE UU) en 1979 o el de Chernobil, y por un gran número de otros accidentes menos importantes como el de Vandellós I en Tarragona en 1989 o el de Tokaimura en Japón en 1999. La respuesta de la industria nuclear a este problema consiste en el desarrollo de nuevos modelos de reactores hipotéticamente más seguros. Hablan en concreto de reactores avanzados y de reactores de seguridad pasiva. Aunque se produzcan mejoras y la probabilidad de que ocurra un accidente sea pequeña, éste puede llegar a ser tan terrible que es mejor no correr riesgos. El accidente de Chernobil mostró que los efectos de este tipo de sucesos pueden superar con creces las previsiones de los más pesimistas: 4,5 millones de personas afectadas, 150.000 km2 de tierra contaminada y decenas de miles de muertos, cuyo número, por cierto, es ocultado y falseado.

Pero, lejos de mejorar, los problemas de seguridad se agravan en la actualidad tras los sucesos del 11 de septiembre. Las centrales nucleares, los depósitos de residuos y otras instalaciones nucleares se pueden convertir en objetivos para organizaciones terroristas. Una central nuclear atacada podría convertirse en una verdadera bomba nuclear que afectaría a miles de personas. El reforzamiento militar de la seguridad difícilmente puede garantizar la ausencia de incidentes y, además, tiene ya unos costes económicos que recaen una vez más sobre todos los contribuyentes. En nuestro país ya se han producido despliegues extras de la Guardia Civil en las centrales de Guadalajara, Extremadura y Cataluña.

Es también innegable que los últimos acontecimientos han vuelto al mundo más inseguro. La posible extensión de las centrales nucleares a todo el mundo conllevaría unos riesgos añadidos al convertirlas en objetivos militares. Por otra parte, la extensión de las tecnologías nucleares va a favorecer la proliferación nuclear con el consiguiente aumento de las tensiones. La zona de Oriente Próximo es un ejemplo de lo que esto significa. Israel es, de momento, la única potencia militar de la zona y no tuvo problemas en bombardear en 1981 el reactor en construcción de Osirak, en Irak, que habría permitido a este país ingresar en el selecto club de países capaces de tener su propia tecnología nuclear que permite, además de desarrollar plantas nucleares para generar electricidad, el acceso a la bomba atómica.

En el presente es Irán el país que se ha lanzado a la aventura de acceder a la capacidad tecnológica de enriquecer uranio. Una tecnología de claro doble uso que lo mismo le permitirá construir sus propias centrales nucleares que sus propias bombas atómicas. Este claro desafío servirá para incrementar la tensión en la zona. El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que regula los países que pueden tener acceso a este tipo de tecnologías es claramente hipócrita puesto que permite que EE UU, Rusia, Francia, Inglaterra y China sí tengan acceso a dichas armas. Pero no deberíamos caer en la tentación de aplaudir los intentos de dotarse de armas nucleares de otros países, aunque se opongan al poder de EE UU e Israel. Estos desarrollos nucleares suponen un aumento de la inseguridad mundial, además de la contaminación radiactiva que sufrirán las poblaciones de esos países y un aumento del riesgo de accidente.

La gestión de los residuos radiactivos, especialmente los de alta actividad que son peligrosos durante cientos de miles de años, son el segundo gran desafío al que deben enfrentarse los impulsores de la energía nuclear. En el día de hoy, aún no existe una solución satisfactoria para separar estas sustancias de la biosfera, y eso a pesar de los esfuerzos de investigación realizados durante los 60 años de existencia de la fisión controlada.

Además, hay que tener en cuenta que la energía nuclear no es renovable y que el combustible nuclear, el uranio, también es finito y finalmente se agotará. Algunas estimaciones cifran en unos 100 años la duración de las reservas de uranio disponibles, al ritmo de consumo actual. En la actualidad, aproximadamente el 6% de la energía y el 16% de la electricidad que se consume en el mundo es de origen nuclear. Para que esta fuente de energía contribuyera significativamente a disminuir el efecto invernadero debería aumentar su participación en un factor de 5 o 6, lo cual equivaldría a reducir la duración de las reservas de uranio a 20 años o menos, a multiplicar por 5 o 6 la cantidad de residuos a gestionar y a aumentar en el mismo factor la probabilidad de que ocurra un accidente.

La extensión de estas tecnologías a países pobres tendría también el efecto de incrementar su dependencia tecnología y económica, además de que, hoy por hoy, están lejos de ser capaces por sí mismos de gestionar y operar estas complejas instalaciones. Sus sistemas eléctricos, además, son tan débiles que necesitarían de fuertes cambios para poder asumir la puesta en marcha de nuevas centrales nucleares.

Los problemas asociados a su uso y los datos referidos a las reservas disponibles demuestran que la energía nuclear no puede ser considerada como una opción energética para nuestra sociedad. Los agentes pronucleares intentan, desde luego, que esta energía juegue un papel más determinante en el marco energético de nuestro mundo. Su apuesta por esta fuente de energía hay que entenderla considerando el gran negocio que supone la construcción de nuevas plantas nucleares.

La reapertura del debate nuclear, aunque no suponga el relanzamiento a corto plazo y a gran escala de esta energía, puede tener efectos en su crecimiento moderado, gracias a la apuesta pronuclear de países como China, que permitirá mantener viva esta tecnología y, por tanto, permitirá que siga existiendo un nicho de negocio para la industria nuclear. Un ambiente de opinión pública favorable podría también suponer que se extendiera la vida de las centrales que están actualmente en funcionamiento.