Planes para reactivar unas explotaciones muy impactantes.

Felipe Yuste, Ecologistas en Acción de Salamanca. Revista El Ecologista nº 69.

Aprovechando los buenos vientos de la economía, y la previsible demanda de uranio en un futuro próximo debido al renacer nuclear una vez superado el bache de Chernóbil, hace unos años el Gobierno español dio continuidad a la política que inició el anterior, potenciando el resurgimiento de diferentes instalaciones nucleares que habían sido cerradas por razones económicas. Las mismas que ahora permiten y permitirán explotar estas instalaciones hasta donde les interese a multinacionales bien posicionadas en el sector minero, como la empresa australiana Berkeley Resources, que tiene licencia a través de su filial Minera del Río Alagón para comenzar a expoliar –perdón, extraer– uranio durante 30 años (ampliable a 90) de las 182.560 hectáreas que abarca la explotación Salamanca I (depósitos de Retortillo, Santidad, Las Carbas, Zona 7, Cristina y Caridad), o de las 22.475 ha de la mina Fe en el Campo de Argañán, los proyectos Cáceres III y Cáceres VI y el de Calaf en Barcelona.

Berkeley también llegó a un acuerdo con Enusa (la empresa que abastece de combustible a todas las centrales españolas) para la reapertura de la planta Quercus en Saelices el Chico en la que se efectúa la fabricación de concentrados de uranio (concentración), para posteriormente utilizarlo en la elaboración de las barras de combustible nuclear que después se utilizan en los reactores nucleares. Este proceso se lleva a cabo en la planta de Juzbado. Por cierto, esta fábrica, aún no ha dado una explicación pública sobre el sospechoso suceso acaecido en 2007, cuando un trabajador de la limpieza encontró varias pastillas de combustible nuclear fuera de la zona de seguridad de la planta.

Hace unos meses la minera Berkeley, que sólo tiene intereses mineros en España y está participada por el gigante nuclear francés Areva, entabló negociaciones con la rusa Severstal que pretendía hacer una OPA por la totalidad de la compañía. También la coreana Kepco entró en el juego y llegó a un acuerdo con Berkeley en el que la segunda cede a la primera, a cambio de 70 millones de dólares, el 35% de su participación en las investigaciones de uranio que lleva a cabo en Salamanca. El esquema de negocio es el mismo: especulación y expolio de recursos. Eso sí, para Enusa, su socio, el 10%.

El Gobierno australiano ha mostrado su preocupación por la situación sobrevenida a raíz del desastre de Fukushima y la previsible caída de la demanda futura de uranio ante la revisión de la estrategia nuclear en varios países. Es sólo cuestión de tiempo, aunque esta vez no estarán dispuestos a que pasen otros 25 años. De hecho ya ha habido un alineamiento pronuclear por parte de los líderes de algunos países como Francia, Italia, Rusia, Ucrania. Y los que no tardarán mucho en manifestarse en el mismo sentido.

Una minería muy destructiva

En cuanto a la provincia de Salamanca, la reapertura de instalaciones cerradas y las nuevas explotaciones previstas, nos obliga a recalcar una vez más que la minería de uranio es altamente destructiva no solamente por formar parte del ciclo nuclear, sino por la enorme cantidad de movimientos de roca que se producen durante la explotación. En muchos casos, para obtener un kilogramo de uranio es necesario extraer 33.000 kg de rocas. Pero luego hay que enriquecerlo, por lo que para obtener 1 kg de combustible de uranio hay que remover unos 190.000 de rocas. Esto nos da una idea del tamaño de las escombreras que se producen y las balsas que hay que construir.

Las escombreras y la corta de Saelices son gigantescas y su proceso de restauración puede durar décadas. No debemos olvidar que vivir en una zona próxima a la mina supone un factor de riesgo de contraer cáncer. La mina de Saelices ocupa más de mil hectáreas, y estuvo en explotación durante 25 años. La contaminación radiactiva que produce una mina de uranio no es un problema menor, así como los residuos generados tales como radio, torio, uranio empobrecido no rentable, residuos químicos ácidos, metales pesados que acompañan al uranio mezclados con lodos, disolventes orgánicos, resinas tóxicas, sulfúrico y cloruros. Por eso lo mejor que podemos hacer con el uranio es dejarlo como está. No tocarlo.