Hemos heredado la tierra. Ella es, al tiempo, nuestra heredera. Ya está recogiendo la herencia de nuestras emisiones de CO2, de nuestros consumos abusivos y también de alguna de nuestras luchas en su defensa. Visto el actual estado de cosas, los esfuerzos del ecologismo para defender la vida posiblemente hayan de mantenerse a lo largo del tiempo, incluso en ese futuro hipotético en el que nosotros y nosotras ya no estemos en este mundo. Proponemos que apoyéis el trabajo de Ecologistas en Acción dejando como legado a la asociación parte de vuestros bienes cuando ya no os sean necesarios. Que vuestra herencia ayude a seguir trabajando en clave ecologista.

Marta Pascual, coordinadora del Área de Educación Ecológica de Ecologistas en Acción. El Ecologista nº 55

Los seres humanos somos parte de la red de la vida –un complejo entramado que atraviesa sin duda momentos de riesgo–. Y ya lo aprendimos en la escuela: los seres vivos nacen, crecen, se reproducen… y mueren. Les ocurre a las mariposas, a los tomillos, a las ballenas… y también a nosotros y nosotras. Sin embargo nuestra cultura no tiene mucho interés en esta reflexión e ignora u oculta asuntos trascendentes relacionados con la existencia como son el nacimiento, la enfermedad, la vejez o la muerte. Cierto que este último paso es una evidencia dolorosa si se ha conocido de cerca y normalmente difícil de aceptar, pero sin duda es condición inherente al hecho de estar vivos. No pretendemos trivializar este difícil momento, pero sí tratarle con cercanía vital y así encarar alguna de sus consecuencias materiales con ojos de futuro, valga la paradoja. Porque tras nosotras y nosotros, la vida –confiamos– seguirá adelante.

Sean cuales sean nuestras creencias, experiencias y deseos, al final de nuestros días volveremos a la tierra y de alguna forma seguiremos habitándola, aunque sólo sea en forma de las partículas físicas que hoy componen nuestro cuerpo. También la seguirán habitando personas a las que queremos. Y aves, insectos, árboles… empeñados en sobrevivir. ¿Por qué no hacernos responsables en alguna medida de ese futuro? Si nos inquieta la carencia de agua que heredarán nuestras hijas e hijos, nos duele ver excavadoras allanando lo que fueron bosques, si nos horroriza ver la columna de humo que sale de una central térmica o nos indigna la expulsión de campesinos de sus tierras para poner en marcha una explotación minera… y si además creemos en la acción colectiva para defender un mundo sostenible, ¿por qué no facilitar que en el futuro –aunque no sea nuestro futuro individual– esa acción colectiva se mantenga y pueda beneficiar a las generaciones que nos siguen?

Mirándolo desde otro ángulo, se trata de hacer posible una forma humilde de trascendencia: imaginemos nuestros bienes convertidos en un futuro en repoblaciones, documentales, revistas trimestrales, alegaciones ante destrozos urbanísticos, pago de multas a ecologistas procesados, cuadernillos formativos, fiestas solidarias o campañas contra los transgénicos. Es decir, en las actividades que se vienen realizando desde hace años en nuestros grupos ecologistas, o en las que a menudo quedan pendientes por falta de recursos.

La preocupación por “morir en paz con el planeta”, es decir, mantener una conducta ecológica aún después de la muerte, ha derivado en reflexiones y prácticas diversas. Se pueden citar aquí los mandatos póstumos que exigen conservar ciertos usos de recursos, la asignación de bienes a colectivos de defensa ambiental o el interés por el destino ecológico de los restos mortales (ya hay empresas que están planteándose paliar los efectos de las lacas o el zinc de los ataúdes, fabricándolos con cáscara de almendra, o distribuir urnas para cenizas elaboradas con sal). La inclusión de un colectivo ecologista como legatario en el testamento es una más de estas buenas prácticas ecologistas póstumas.

Utiliza tu tercio gracioso

No es común hacer testamento en España, y menos a favor de una asociación. A finales de 2006 sólo el 23% de los españoles y españolas lo habían hecho por escrito y casi nadie incluía en sus herederos a alguna ONG. En otros países sin embargo esta práctica es más común. En Reino Unido, por ejemplo, uno de cada siete testamentos incluye a una ONG. En EE UU el 7% de los ingresos de las ONG provienen de legados. La ausencia de testamentos en nuestro país se explica más por la falta de hábito que por la complejidad o coste del trámite.

El proceso legal para testar es sencillo: si se trata de un testamento común (ni marítimo, ni militar, ni hecho en el extranjero) se puede acudir a un notario con el DNI y hacer un testamento abierto. El testamento abierto será conocido por éste, y quedará redactado con las consideraciones y en los términos que marca la ley. Así mismo es posible hacer testamento cerrado, entregándolo en sobre cerrado al notario, que hará constar su entrega. El coste económico de este servicio puede rondar los 60 euros. Es posible también realizar un testamento ológrafo, es decir, de puño y letra, que habrá de hacerse llegar a un juez en el plazo de diez días después del fallecimiento. Es este caso los requisitos son muy precisos (escrito por la misma persona que testa, con tinta no perecedera, sin tachaduras, sin escritura a máquina u ordenador, con fecha y firma…) y harán falta varios testigos que garanticen la autenticidad del documento. De todos ellos el testamento abierto es el más recomendable y el más frecuente, pues ofrece menos problemas posteriores para su interpretación legal. Un testamento se puede cambiar, haciéndolo de nuevo, todas las veces que se quiera.

El modo de distribución de la herencia no es un asunto libre. El Código Civil fija que heredarán forzosamente en primer lugar los descendientes (hijos e hijas, nietos y nietas) dos tercios de la herencia, seguidos en derechos por los ascendientes (padres y madres, abuelas y abuelos) y por el o la cónyuge. Si no existe testamento escrito que diga lo contrario, les siguen los parientes colaterales (sobrinos, sobrinas, primos…) y por último el Estado.

Siempre existe al menos un tercio de “libre disposición” que se puede legar totalmente o en partes a quién se decida. También se le llama tercio gracioso. Si no existen descendientes y sí ascendientes, ese tercio gracioso sobre el que se decide libremente alcanza la mitad de la herencia. Esta fracción se puede dejar graciosamente en herencia a personas físicas (seres humanos) o jurídicas (instituciones públicas o privadas, entre las que se incluyen las asociaciones) y se puede distribuir entre los destinatarios que se quiera y del modo que se elija. Pero nunca será posible perjudicar a los herederos legales, adjudicando una cantidad que sobrepase los límites de la libre disposición. Existen variantes en leyes forales que marcan diferencias respecto del código civil y conviene consultar en caso de testar.

Si se quiere hacer un legado solidario a una o varias organizaciones conviene primero informarse bien de cuál es el trabajo que realizan, el modo de funcionamiento y el uso que dan a sus recursos. Si se decide incorporarlas en el testamento será necesario conocer ciertos datos legales de éstas como su nombre completo o su CIF. También habrá que decidir cuál es la cantidad o el tipo de donación que quiere hacerse. En el caso del testamento abierto, el notario resolverá las dudas y precisará los términos necesarios que expresen legalmente esa voluntad y faciliten que se cumpla tal y como se desea. En otros tipos de testamento es importante indicar de forma expresa y clara a quién se dirige la donación y en qué consiste exactamente, para evitar problemas legales.

Es recomendable hacérselo saber a alguna persona próxima (los herederos forzosos tienen la obligación legal de notificar y hacer llegar los legados que figuran en la herencia). También es útil –aunque no necesario– comunicárselo a la asociación beneficiaria.

Proponemos que Ecologistas en Acción se convierta en una de las personas beneficiarias de vuestra herencia. Puede que sea sólo un gesto o que apenas dispongáis de bienes que legar. En todo caso, sea grande o pequeño, ese legado servirá para que esta Confederación siga trabajando en la defensa de un mundo social y ecológicamente sostenible.

Nuestra cultura no acostumbra a asumir con sencillez, calma ni sabiduría el cierre de la vida. Magnifica la juventud restando valor a la experiencia de los años, oculta la muerte próxima y la recluye en espacios aislados, mientras trivializa las muertes lejanas, resta importancia a las muertes de animales y vegetales o a la desaparición irreversible de especies, margina a quienes sufren enfermedades, experimenta medicinas con pretensión de omnipotencia o intenta la recreación de la vida en tubos de ensayo. Se revuelve ante los límites de la vida. En consecuencia el fin de la existencia se convierte en un tabú y se rodea de miedo, de soledad, de medias palabras o de silencio.

Os animamos a salvar este tabú cultural, aceptar nuestros límites y tratar el tema con naturalidad. Y si es posible, con cierto sentido del humor –no en vano hablamos del tercio gracioso–, pero sobre todo, con diligencia. Si la idea os convence y decidís suscribirla, tomad un papel… y a testar.

Puesto que la vida nos impone abandonarla, mejor despedirse en paz con el planeta.