Consumo

ConsumeHastaMorir. Revista El Ecologista nº 67

La cultura de la acumulación y la ostentación necesita contar con herramientas que le permitan establecerse como tal en las sociedades de consumo. Para conseguirlo, no hay nada mejor que una incesante estrategia de comunicación ideológica que ya ha conseguido que millones de personas pertenecientes a la clase media consumidora miren y admiren a un puñado de multimillonarios que alardean de sus enormes fortunas. ¿Quién quiere ser millonario?

En esta escala de valores materiales, la medida de la riqueza personal y del consiguiente éxito social nos la da cada año la famosa revista Forbes, que viene publicando desde 1986 la lista de las personas (en su mayoría de sexo masculino) más ricas del mundo. Pero, en la era de la empresa sentimental, la riqueza no basta por sí sola. Por eso, ya desde 2009 la revista neoyorquina también nos ofrece la otra cara de los afamados acumuladores que participan en este ranking: la de la filantropía millonaria.

Los integrantes de esa exclusiva lista, que sólo incluye a las catorce personas que han realizado donaciones por un importe superior a los mil millones de dólares, entran así en competencia por la bondad paternalista, con lo que se pasa de la clásica relación patrón-empleados a la de padrino-beneficiarios.

Echando un vistazo a este top 14 de la clase empresarial global, se constata que diez de los generosos magnates son de origen estadounidense, país que fue pionero en esto de la filantropía empresarial véanse los ejemplos de Ford, Carnegie y Rockefeller hace un siglo y donde hoy se concentra casi la mitad de las mayores fortunas del mundo. Cómo no, el indiscutible número uno es el tipo más rico del mundo: Bill Gates, que ha sido este año el mayor filántropo y, siempre según Forbes, lleva invertidos veinte mil millones de dólares en su incansable lucha contra la pobreza a través de su fundación (que es tan suya que lleva su apellido, su nombre y el nombre de su esposa).

Junto al fundador de Microsoft, entre los catorce elegidos están George Soros, Warren Buffett y Carlos Slim: “No se debe buscar la exhibición ni el aplauso al hacer las cosas, simplemente hay que hacerlas bien para la propia realización interna”, dice el empresario mexicano en su página web. Curiosamente, éstas son las cuatro personas que más dinero poseen en el planeta: será que la riqueza ablanda los corazones y que el amor al beneficio deriva en un amor al ser humano.

En la época de mayores desigualdades de la historia, aún sigue vigente aquello de pecunia non olet: el dinero no huele, con lo que parece que no vale la pena preguntarse dónde se fabrican las fortunas ni cómo se han conseguido. Así, lo único que tiene importancia es la “generosidad y filantropía ante los males que siguen asolando al mundo”, como decía el comunicado que emitió la Fundación Príncipe de Asturias en 2006 al otorgar el premio de Cooperación Internacional a Bill Gates.

Pero aquí hay algo que sí que desprende mal olor. Y es que semejante recuento de generosidad sólo tienen sentido en unos tiempos en los que la Responsabilidad Social Corporativa ya constituye una parte indisoluble del juego de la oferta y la demanda. Las caras de las empresas transnacionales se adaptan a los cambios del entorno, y sonríen, a la vez que lo hacen sus propietarios. Y Forbes ya se encarga de que esa sonrisa caritativa salga de los despachos de Wall Street y sea vista en todo el planeta.