El sol nos regala literalmente con la vida, pero también nos proporciona unos cuantos caprichos muy útiles.

Santiago Campos. Revista El Ecologista nº 84.

El sol nos regala literalmente con la vida, pero también nos proporciona unos cuantos caprichos muy útiles. Por ejemplo nos ha ayudado a cocinar, esa forma de procesar alimentos que nos ahorra unas cuatro horas diarias de pesado masticado y que según algunos evolucionistas sirvió para que pudiéramos dedicar ese tiempo diario a otras cuestiones menos carnales y que damos en llamar cultura.

El sol, sí, nos da de comer. En la cocina lo hace a la forma convencional del fogón de gas (esa energía solar almacenada durante milenios en el subsuelo) o del hogar de leña (almacenada algunos lustros). Pero también a través de las diversas tecnologías solares a las que dedicamos este artículo.

Porque cada metro cuadrado de nuestro planeta recibe un kilovatio de energía solar gratuita que puede utilizarse de muchas maneras para cocinar, que dependen básicamente del procesado que precisemos para los alimentos. Y hay tecnologías sabias para aprovecharlas sin demasiadas complicaciones ni necesidad de ser un ingeniero termonuclear.

Las cocinas parabólicas son los ferraris de la cocina solar. Un colector concentra los rayos del sol justo en la base de la cazuela alcanzando fácilmente los 150-200ºC en unos minutos; su funcionamiento culinario es igual que una cocina convencional: un foco de calor concentrado a alta temperatura. Si quieres freír unos huevos, empanar unas pencas de acelga o cocer patatas con prisa, esta es tu cocina solar.

Los hornos solares son artefactos más sencillos que podemos construir nosotros mismos con un par de cajas de cartón, plástico, pintura negra, cola y papel de aluminio. Aunque pueden llegar a hervir agua, normalmente funcionan a 70-80º C, los adecuados para practicar la modernísima cocina a baja temperatura que mantiene una textura suave y gelatinosa en la carne y tersa en las verduras guisadas, y conserva mejor las propiedades nutricionales de los alimentos. Los plazos de cocción son más largos, pero también más seguros: puedes dejar tu guiso de lentejas a las 9 de la mañana al sol y comerlo a las 3 con la seguridad de que está perfectamente cocido, ni quemado ni pasado.

La cocina Copenhague es la más portátil y sencilla del mercado de cocinas solares. Con un trozo de ese aluminio que se coloca detrás de los radiadores, unas cuerdas y unas pinzas, te montas esta cocina de concentración en menos que canta un gallo. No es tan rápida como una parabólica pero su simpleza y versatilidad la hace especialmente recomendada para viajes.

La olla solar es otra de las demostraciones de que el ingenio humano no tiene límites. Con dos tarros de vidrio, unos tornillos, algo de cartón forrado de aluminio y poco más, la olla solar está preparada para cocinar guisos de legumbre o confitar cualquier verdura.

El deshidratador solar es otro buen cacharro que transforma las frutas que se nos maduran del golpe, en orejones y golosinas de fruta para todo el año. Un pequeño invernadero construido con cartón pintado de negro, unas bandejas donde se dispone la fruta, y a través de las cuales se fuerza a pasar el aire calentado por el sol, y unas cuantas horas de espera… obran el milagro.

Decenas son las tecnologías disponibles para cocinar con el sol. Y todas tienen varias cosas en común. La primera es la simpleza y la facilidad que tienen para un hágaselo usted mismo, para replicar e innovar con muy poquitas necesidades materiales. La segunda, la calma que precisan; es una cocina adaptada a la velocidad justa que requieren las cosas importantes de la vida. Y comer, amigos, es una de ellas.