Este informe pone de manifiesto la necesidad de proceder a un cierre escalonado de las centrales nucleares españolas, que resultan hoy perfectamente prescindibles. La potencia total instalada (unos 108.000 MW) es mucho mayor que la demanda jamás producida (unos 45.000 MW) en nuestro país. A pesar de que es posible proceder a un cierre inmediato, existen diversos motivos que aconsejan una propuesta de cierre escalonado, que se desgrana en este documento.

Estas plantas nunca deberían haberse puesto en funcionamiento, dados los problemas técnicos, ambientales, económicos y de seguridad que conllevan. Los problemas técnicos están sin resolver a pesar de que las reacciones de fisión se produjeron por primera vez en el laboratorio en el año 1942, hace más de 70 años, y de que la primera central nuclear empezó a funcionar en 1954, hace más de 60 años. Estos problemas son principalmente:

  • La falta de seguridad, tristemente de actualidad tras el accidente de Fukushima. Así como el carácter de catástrofe prácticamente irreversible de un accidente que implique fusión del núcleo del reactor con escape de material radiactivo, como demuestra el caso de Chernóbil.
  • La generación de residuos de muy baja, baja, media y alta actividad. Especialmente estos últimos que son peligrosos durante cientos de miles de años, y ara los que no existe solución satisfactoria.
  • La contaminación radiactiva que supone la minería de uranio y la fabricación del combustible nuclear, ya que se han de remover rocas y emitir residuos radiactivos en ingentes cantidades.
  • Las emisiones radiactivas en el funcionamiento cotidiano de las centrales, las más abundantes de las cuales son las de Tritio. Estas emisiones contribuyen a aumentar el fondo radiactivo, sumadas a otras actividades como las pruebas nucleares.
  • El problema de la escasez del uranio, que supone un límite para la extensión nuclear, y de los graves impactos ambientales asociados a la minería. España importa todo el uranio que consume desde el cierre de la última mina en 2000 y todo el uranio se enriquece en el extranjero, por lo que se tiene una dependencia total de las importaciones y de la tecnología extranjera.
  • El uso de la tecnología nuclear para fines militares, incluyendo el uso de uranio empobrecido, un residuo abundante que se genera en la fabricación del combustible, para construir proyectiles penetrantes; el posible uso de residuos de alta para la fabricación de bombas sucias o la proliferación nuclear, que se basa en las tecnologías de doble uso como el enriquecimiento de uranio, o el reprocesamiento del combustible gastado.
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La seguridad de la energía nuclear en España y el mundo

La energía nuclear es además muy cara. Si bien la explotación de una central envejecida ya amortizada produce enormes beneficios a sus propietarios, los gastos necesarios para poder en marcha nuevas centrales son enormes, lo que resulta disuasorio para las empresas eléctricas.

En la situación actual, nadie propone la apertura de nuevas centrales en España y el debate se centra en el calendario de cierre de las que funcionan hoy en día. Como se ha dicho, su funcionamiento supone unos enormes beneficios para sus explotadores estamos presenciando un pulso para mantener el funcionamiento lo más posible, cambiando la reglamentación si hace falta, como se ha hecho con la central de Santa María de Garoña (Burgos).

Además las centrales nucleares no son una solución al cambio climático. Por un lado, tenemos que, aunque su contribución al cambio climático es menor que la de otras tecnologías de generación eléctrica, no se debe ignorar. El funcionamiento de la central no produce gases importantes, pero la fabricación del combustible y los transportes necesarios para disponer del mismo, significa emitir un mínimo de 1.800 toneladas de gases responsables del cambio climático cada vez que se recarga el reactor. Por otro lado, para que la energía nuclear pueda de verdad contribuir a la lucha contra el cambio climático debería aumentar sensiblemente su aportación al consumo energético mundial, lo que supondría multiplicar por cinco el número actual de reactores. Esto multiplicaría por cinco los efectos negativos que se desgranan en este trabajo. Además, el enorme coste de la construcción de centrales debería ser empleado al desarrollo de energías limpias.

Se hace imprescindible, de todas formas, blindar el cierre de nucleares mediante leyes que así lo garanticen. De entrada habría que derogar la Ley de Energía Nuclear de 1966, verdadero fósil de la legislación franquista, así como todos los decretos y reglamentos que la desarrollan, y sustituirla por una ley de protección radiológica y seguridad de las instalaciones nucleares y radiactivas que se conserven tras el cierre de las centrales nucleares. Los desarrollos legales que blinden el apagón nuclear deberían tener el carácter de leyes orgánicas e introducirse en la constitución. De esta forma nos protegeríamos de una contraofensiva de las empresas que poseen nucleares o de la industria nuclear.